El origen mitologico del vino
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El jugo de la vid le pertenece a DIONISO, como cualquier jugo de la vida: soberano de la naturaleza húmeda. El propio Dioniso es líquido, una corriente que envuelve. El dios que llega de improviso y posee.
El primer amor de Dioniso fue un muchacho llamado Ámpelo (del griego ámpelos que significa "vid" y grafía, "dibujo", "descripción" y que significa: descripción de las distintas variedades de la vid). Dioniso le advirtió a su amigo que nunca se acercara a un toro. Este le desobedeció y montó uno. Selene, señora de la luna, celosa le envío un tábano que persiguió al animal hasta volverlo loco. Ámpelo cayo de toro y murió.
Dioniso, enamorado, quería seguir a Ámpelo hasta el Hades, pero se dio cuenta que no podía, pues por su condición de dios era inmortal. Sería esta la primera vez que Dioniso lloraría, derramando lágrimas por su amado. Esta señal cambiaría su propia naturaleza y el mundo. Desde la tierra, donde yacía el cuerpo de Ámpelo, húmedo por las lágrimas del dios que no llora, aportaría también delicia al mundo. Así del cuerpo de Ámpelo nación la primera vid. Cuando esta estuvo madura y se separaron los primeros racimos, Dioniso los estrujo con dulzura en sus manos, y con un gesto que parecía conocer desde siempre, contempló sus dedos manchados de rojo y los lamió. Ningún otro dios, con su sobrio olivo, y tampoco Deméter con su pan tonificante, tenía en su poder algo que se aproximara a aquel licor. Era justamente lo que le faltaba a la vida, lo que la vida esperaba: la tibieza y el olvido que nos da el vino.