Rauzan, entre dos mares

Rauzan, entre dos mares

Andrés Aguirre

Rauzan es un pueblo que está ubicado la  zona vitivinícola de Entre-deux-Mers (una AOC, es decir una Apelación de Origen  Controlada, cuyo nombre se puede traducir como "Entre dos mares", parte del departamento de la Gironde, en la  macro zona de Burdeos. Se llama así  porque está ubicado entre los ríos Garonne y Dordogne, a pocos kilómetros de Saint-Émilion. Una zona húmeda de suelo arcilloso famosa por sus vinos blancos.

Los inviernos -y a veces los veranos- son fríos y lluviosos, tan fríos y lluviosos (45º Latitud Norte) que quién viene del clima mediterráneo de Chile Central se pregunta ¿Cómo es que con este clima se pueden obtener vinos tintos de tan reconocida calidad? Pero se obtienen. Es cierto que tienen menos cuerpo y menos alcohol que los mostos producidos en los soleados viñedos del Maipo, Colchagua o Curicó, y que, dependiendo del año, a veces el cabernet sauvignon no llega a su punto de maduración. Pero ahí están siempre los jugos de las uvas de merlot y cabernet franc que, gracias a una cuidada vinificación, equilibra aromas y sabores para producir  deliciosos ensamblajes. En este punto, no son pocos quienes afirman que el desarrollo de Burdeos como una región de vinos de calidad  se debe más a la intervención humana -el savoir faire- que a sus terroirs.

Mientras escribo en mi habitación veo  a través de la ventana, como al otro lado de la calle, en un terreno de media hectárea plantado con merlot, una máquina arranca con pasmosa facilidad las parras, como cuando con una pinza nos sacamos una pequeña astilla de la piel, y las va depositando, todavía con las raíces arcillosas, en montones que luego recogerá otra máquina. Todo debidamente planificado y ordenado, es decir al estilo francés, y, además, pagado por el Estado.

La sobreoferta de vinos

Según me cuenta la vecina y dueña de este terreno (entre el cementerio y una de las entradas del pueblo) hay en Burdeos una sobre oferta de vinos que el gobierno quiere mitigar, financiando e incentivando estas extracciones.

Esto es coherente con la opinión de Verónica Araya, amiga chilena que luego de unos años viviendo en Nueva Zelanda, trabaja ahora como supervisora de bodega en la cooperativa del pueblo vecino de Blasimon. Entre cubas de acero inoxidable y contenedores de hormigón construidos en los años 50 Verónica me explica  que el valor del tonel (900 litros), variando según el tipo de vino, tiene un valor de entre 750 a 1200 Euros, un precio preocupante, que deja apenas un leve margen de ganancia para los agricultores.

Desde la gran crisis del 2010, cuando los agentes de la industria del vino francés se dieron cuenta -bastante tarde, adormecidos en sus laureles centenarios-,  que la competencia con los vinos del "nuevo mundo" les haría muy difícil copar los mercados dónde antes no tenía  rivalidad con su prestigio decimonónico. Desde ese momento muchos productores, principalmente los más pequeños, se enfrentaron a la quiebra, y los que sobrevivieron, tienen aún grandes dificultades  para vender sus cosechas.

Sin la existencia las de cooperativas de la región, que aseguran la venta y un precio mínimo a sus asociados, la  situación sería insostenible. Una de las cooperativas más grande de Burdeos es, justamente, la de Rauzan, que vinifica tintos, blancos, rosados, claretes y espumantes (crémant) de distintas apelaciones. 

El paisaje

Por estos lados, cualquier paseo y en casi cualquier dirección, nos lleva  a hermosos prados  con viñas en plantadas en espaldadera. Una de ellas está frente a mi ventana, como si se tratara de un cuadro vivo y mágico que va cambiando según las estaciones: ver a las parras estoicas y mustias resistir el frío y la lluvia de un invierno que parece interminable, para luego, con el correr de la primavera observar el crecimiento diario de los primeros brotes, y luego la rápida floración. Retoños que se multiplican como impulsados por el deseo de un dios, que con un soplo transforma esta antigua planta vitácea en una enredadera  de profusas hojas verdes, pámpanos y racimos. Un espectáculo que, más allá de toda ciencia, sigue siendo un símbolo de misterio y de fertilidad.

Mi ventana

A propósito de la viña que estaba frente a mi ventana, espero que el alcalde del pueblo no construya ahí un estacionamiento como chismosean los vecinos. Ojalá que se privilegie  el patrimonio histórico, que ha contribuido por siglos a la armonía arquitectónica y natural de todos estos pequeños pueblos bordeleses, dónde todavía se impone el “derecho a vista”  de sus habitantes, por sobre el sentido de lo estrictamente utilitario. 

Una recomendación de vino y maridaje

Uno de los vinos que produce la cooperativa de Rauzan,  y que recomiendo sin reserva a quien vaya por esos parajes milenarios, es el Château Haut Mazières, mezcla de sauvignon blanc, muscadelle y semillon, con crianza de siete meses en barricas de roble. Un blanco  con  aromas a manzana verde, lima y notas de avellana tostada, que armoniza de manera extraordinaria con la untuosidad carnosa y la frescura salina de las ostras de la Bahía de Arcachon, en la  costa oeste del Atlántico.

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